Bartolomé Blanco Mártir

viernes, 26 de octubre de 2007

Estos días, buscando información sobre los 498 mártires del siglo XX en España que serán beatificados en Roma este domingo, he encontrado la vida de Bartolomé Blanco. He quedado tan impresionado con su testimonio que quiero contarlo aquí, en homenaje y reconocimiento a todos y cada uno de los mártires de Cristo. Sería imposible narrar en este espacio la vida de todos ellos. Pero a través de Bartolomé honro también a los demás, ya que todos murieron por el mismo motivo: el amor a Dios hasta sus últimas consecuencias.


Bartolomé Blanco, que nació en Pozoblanco en 1914 y murió fusilado a los 21 años, era un joven laico comprometido al máximo con la fe de Cristo. Huérfano de padre y madre desde su más tierna infancia, vivía con sus tíos. Era catequista con los salesianos, secretario de Acción Católica y sindicalista obrero. Él siempre defendía que se podía ser obrero y católico y que no había mayor doctrina de justicia social que la fe cristiana. Todos cuantos le conocían destacaban de él su gran bondad. Un claro ejemplo es que cuando tuvo que abandonar la escuela a los doce años, escribió una carta a su maestro dándole las gracias por la educación recibida y otra a sus compañeros pidiéndoles que hicieran siempre caso del profesor.


Sin embargo, lo que podía haber sido una vida de bondad hacia todos los que le rodeaban, se vio cortada en seco por nuestra guerra fraticida. Así, ya en agosto de 1936 fue encarcelado en su pueblo, Pozoblanco. Cuando en septiembre lo trasladaron hasta Jaén, ya sabía que su fin estaba próximo. Sin embargo, los que entonces le conocieron aseguraron que en los últimos días de su vida se mostró tranquilo y feliz. La causa era que en la cárcel había 15 sacerdotes y éstos le transmitían una gran paz espiritual.


El 1 de octubre de 1936, la noche anterior a ser fusilado, escribió dos increíbles cartas. Una a sus tíos y primos y otra a su novia. Destaco aquí los párrafos más sobrecogedores de ambas.


A su familia le dio el testimonio del perdón: “¡Qué muerte tan dulce la de este perseguido por la justicia! Dios me hace favores que no merezco proporcionándome esta gran alegría de morir en su Gracia. Miro a la muerte de frente, y no me asusta, porque sé que el Tribunal de Dios jamás se equivoca y que invocando la Misericordia Divina conseguiré el perdón de mis culpas por los merecimientos de la Pasión de Cristo. Conozco a todos mis acusadores; día llegará que vosotros también los conozcáis, pero en mi comportamiento habéis de encontrar ejemplo, no por ser mío, sino porque muy cerca de la muerte me siento también muy próximo a Dios Nuestro Señor, y mi comportamiento con respecto a mis acusadores es de misericordia y perdón.Sea esta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal. Y nada más; me parece que estoy en uno de mis frecuentes viajes y espero encontrarme con todos en el sitio a donde embarcaré dentro de poco: en el cielo. Allí os espero a todos y desde allí pediré por vuestra salvación. Sirvaos de tranquilidad el saber que la mía, en las últimas horas, es absoluta por mi confianza en Dios”.


Y a su novia Maruja se dirigía así: “Maruja de mi alma, tu recuerdo me acompañará a la tumba y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos cuando los amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más querida me acompañe hasta la hora de la muerte. Miro la muerte de cara y en verdad te digo que ni me asusta ni la temo. Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el Tribunal de Dios; ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? ¡Claro está! Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de Religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos. Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará. No me olvides, Maruja mía, y que mi recuerdo te sirva siempre para tener presente que existe otra vida mejor, y que el conseguirla debe ser la máxima aspiración. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos”.









Se ponen los pelos de punta al comprobar la profunda capacidad de misericordia, bondad, paz, ternura y amor de este chico de 21 años, seguro como estaba de haber alcanzado la Gloria de Dios. Y por eso estaba enormemente feliz. Por si fuera poco, su testimonio se hizo aún mayor al saber cómo fue el momento de su martirio. Cuando vino el verdugo a buscarle lo primero que hizo fue quitarse los zapatos y se los regaló a un compañero que no tenía calzado. Según dijo, quería morir descalzo “como Jesucristo Nuestro Señor”. Luego, cuando le pusieron las esposas, él las besó con recogimiento. Extrañado, el carcelero le preguntó los motivos de su comportamiento, a lo que Bartolomé respondió diciendo que aquellas esposas eran “el instrumento que le conduciría al cielo”. Luego, delante de la persona que le iba a fusilar, ofreció su pecho y se colocó con los brazos extendidos, formando la Cruz. Cuando las balas penetraron en su pecho, Bartolomé ya había perdonado de corazón a su verdugo.


Años después, finalizada la guerra con el triunfo franquista, las nuevas autoridades de Pozoblanco le pidieron a su familia que identificaran a aquel que había matado a Bartolomé. Ellos conocían perfectamente su identidad, pero se negaron ha decir quién era. Según dijeron después, puesto que Bartolomé lo había perdonado sinceramente, para ellos también lo estaba. Así cumplieron el último deseo de Bartolomé, mártir, santo y modelo de buen cristiano para todos los creyentes de hoy en día. Así, me pregunto: ¿Yo habría obrado como él? ¿Tendría yo esa fe y esa capacidad de perdón y amor? Con profunda tristeza, porque sé que así traiciono a quien dio la vida por mí, pienso que no. Por eso rezaré a Bartolomé para que también me guíe y me conceda algo de su infinito amor. Así sea.


Miguel Ángel Malavia
Madrid - ESPAÑA
La Hora de La Verdad

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